No hace mucho tiempo, en un lugar muy muy cercano había una ciudad que por su historia se había convertido en tierra de encuentros y cruces culturales, aprovechando la integración para favorecer el respeto, la tolerancia y la convivencia.
Cierta mañana, las buenas gentes de la ciudad se congregaron entorno a un atril donde empezaron a aplaudirse los unos a los otros, y los otros a los que, como ellos, trabajaban por la convivencia pacífica de las distintas culturas.
Hora tras hora el aplauso se hacía más y más fuerte. El sonido de cada choque de las palmas era una melodía de esperanza y ánimo para todos aquellos que la escuchaban. Llamados por aquel sonido no tardaron mucho en acudir al lugar personas con comidas de todas las partes del mundo, o con objetos para el comercio justo. Otras que llegaban hacían talleres, otras espectáculos teatrales y circenses, y otras entretenían a los más pequeños con juegos del mundo. También acudieron personas con papel y bolígrafo, con micrófonos, con cámaras de televisión y de fotografía, todos querían dar testimonio de aquel sorprendente, asombroso e histórico acontecimiento.
Caía la tarde y el aplauso no paraba. La gente reía, cantaba y bailaba. Pero, de repente, se oyó la voz de alguien gritar a lo lejos: "¡Parad! ¡Parad de una vez! ¡Ya llevamos ocho horas aplaudiendo! ¡Ya tenemos el récord del mundo!".
Lo que antes eran aplausos ahora eran vítores que demostraban la alegría por el récord conseguido y, al compás marcado por los músicos subidos en lo alto del escenario, todos juntos empezaron a cantar.
Y colorín colorado, este cuento aún no ha empezado. Por eso, si quieres ser tú uno de los protagonistas, esperamos que formes parte activa y colabores con nosotros. Ayúdanos a vivirlo, vívelo y que no te lo cuenten.